martes, mayo 15, 2007

Ellas

¿Y al final, cuál es el veredicto? - Me preguntó mi hermano, y le contesté que no tenía todavía ninguna convicción. La última vez que ví a la inglesa fue cuando volteó y me sonrió luego de bajar del avión y mientras caminaba al autobús que nos llevaría hasta dentro del Charles de Gaulle. La venezolana no volteó, supongo que aturdida del viaje como yo. Antes, mientras esperábamos que abrieran las puertas del avión, se despidieron de mí y me desearon buen viaje, con lo que pensé que ya toda comunicación subsiguiente era inútil, y por eso me monté en la parte de atrás del autobús, evité intentar agolparme en la parte de adelante donde estaban ellas. Consideré darles mi correo, pero me pareció mucha zalamería y me abstuve.

Eran bellas...son. La belleza de la inglesa era inexplicable: tenía la cara poblada por una constelación de acné, y la nariz más bien grande. Supongo que su sonrisa era (es) tan hermosa que lo demás perdía importancia.

Me la encontré en el Simón Bolívar, después de hacer el chequeo de la maleta: la ví y no daba crédito a mis ojos. Sabía que entendía poco español, pero por alguna razón tonta me pareció inapropiado abordarla en inglés. Ella también me miró y me sonrió, desarmándome, y le dije, innecesariamente: "¿Choroní?" y ella movió afirmativamente la cabeza mientras seguía caminando en dirección contraria. Luego las vería en un restaurante, y noté que también tomaría un vuelo de Air France, cosa que le hice notar, como cosa mía.

Eran un poco contradictorias, ellas, porque la venezolana era de pelo castaño con ese artificio que llaman las féminas "mechitas", pero con unos ojos azulísimos, tan azules como el agua de la playa en Choroní. En cambio la inglesa tenía los ojos aguarapaos y el cabello oscuro y lacio. En el avión les tocó sentarse cerca de mí, casi a mi lado; y no perdí la oportunidad de dármelas de gracioso y preguntar si me estaban siguiendo. Si así era, llevaban una semana y medio país haciéndolo.

En el vuelo infinito, conversé un rato con ellas, en inglés (ahora era apropiado, era un vuelo internacional). Juntas habían paseado por medio caribe, y la venezolana lleva 7 años en Londres. Su acento era perfecto, y no pudo evitar un mohín pícaro cuando preguntó que porqué había ido yo a Choroní, todo en perfecto inglés, excepto Choroní, en perfecto caraqueño.

A Choroní había ido con mi hermano y con Ana Auxiliadora, para sentir que cuando volvía a estar sobre la misma tierra, aunque fuera sólo de paso, había comulgado con el invicto sol y con el mar eterno. También fui, claro, porque este pana me dijo que le saludara al mar caribe, y yo a este pana le cumplo. El asunto es que a ellas las conocí porque le pidieron las raquetas de playa a Ana, y la inglesa me las devolvió con un "gracias" extrovertido, pero con el inconfundible acento de los angloparlantes

martes, mayo 08, 2007

Cosas del Don.

El colmo de una ciudad es que tenga tantos huecos que hasta los aviones se queden atascados en él.

Si no me creen, pregúntenle a Don Carlos