sábado, diciembre 23, 2006

Caracas

Ayer llegué a Caracas, y disfruté del insólito paso por la trocha, y de las cantidades absurdas de gente en los centros comerciales, y de carros en las calles.

El viaje empezó a las 3 de la mañana del jueves, en Estocolmo, cuando llamé a un taxi para que me trasladara al aeropuerto. Allí me monté en un avión que salía hasta París. Al despegar el avión recordé a Cayce Pollard, y pensé en como mi alma abandonó mi cuerpo y empezó a seguirme a través de nubes, demasiado lenta para alcanzar al avión en que viajaba.

Mientras me rodeaban los ominosos lobos de interrumpidos ritmos circadianos, ví en mi ventanilla un cabello de mujer. Me extrañó que estuviera allí, entre el plástico blanco y el vidrio transparente que deja ver el exterior. Me extrañó, porque entiendo que el área interior del vidrio (son en realidad dos vidrios, uno que está cerca de uno y el otro que da al exterior) está al vacío. Me extrañó, pues, que un cabello se quedara en ese sitio, y resistí a la tentación de arrancarlo de allí: pensé que era posible que ese cabello no estaba allí por simple casualidad, y que podría ser la clave, el punto central, que mantenía la integridad estructural del avión. Acto seguido razoné que más aún, lo que sostenía la integridad estructural del universo mismo no podría ser otra cosa.

Al llegar a París, el piloto pronunció el discurso usual de el tiempo, la temperatura y la hora de la ciudad de llegada. Mientras descendíamos, me dí cuenta que ese discurso podría ser mucho mejor; podría haber dicho: Nos acercamos a París, cuyo cielo se halla nublado, y nosotros, más arriba, lo vemos como un hermoso mar de nubes. Gracias a él, el sol, saliendo por la izquierda, produce, si ven a su derecha, el hermoso efecto de la Gloria, que se refleja en la superficie del mar que sobrevolamos. Dentro de poco nos hundiremos en ese mar, seremos partes de las nubes hasta que perforemos por fin la superficie y veamos a la ciudad luz cubierta por una densa niebla, manta que la ocultará de nosotros, sólo perforada por las muchas torres de La Defénse y la Eiffel, con el fondo maravilloso de un dorado amanecer. Gracias por volar con nosotros.

viernes, diciembre 01, 2006

Carencias, Abundancias.

Me acaba de escribir Anna Sjörén que si sé dónde queda esta dirección: "Final Avenida Tamanaco, El Rosal, Caracas". No he hablado con ella, pero me imagino que no entiende mucho como la dirección seria de una empresa (no la explicación de un amigo a otro) está "al final" de una avenida.

Esto se junta con un problema particular mío: de dónde a dónde es El Rosal?. Los límites de las zonas de Caracas siempre me han parecido más que arbitrarios, como mágicos. Me explico: porqué la estación se llama La California, y el centro comercial encima de ella, El Marqués? Eso sin contar que a tres cuadras, y sin avisar (no hay puente, quebrada, hito geográfico), ya es Petare. Cuando te bajas en ese metro: dónde coño estás?. Eso es sin considerar que cuando te bajas en Altamira caminas una cuadra (estás en una esquina, y llegas a la otra, sin siquiera cruzar una calle) y llegaste a La Castellana.

El punto es que me declaro incompetente para responder si sé donde queda el final de la avenida tamanaco en El Rosal. Se da cuenta, estimado lector de lo precario de mi situación? no es que no sé dónde está, es que no sé si lo sé (o no). Se me ocurre que un mapa de la ciudad me ayudará, pero luego de buscar por una hora en internet un mapa con las calles de mi ciudad (la capital de mi país), pues no encuentro (quiero pensar que sí hay).

En mi búsqueda, y para mi mayor alegría, encontré, sin embargo, La Guía de Caracas, que creo que me ocuparé más tarde de leer con más tranquilidad. Por encima, pude ver que reseñan a Los Chinos Cochinos, un restaurant chino buenísimo que queda en una transversal a la avenida Baralt: de Pilita a Bucare. Esta tradicional dirección caraqueña no la escriben ellos, me la sé yo porque vivía allí. En la prehistoria, claro está.