Caracas
Ayer llegué a Caracas, y disfruté del insólito paso por la trocha, y de las cantidades absurdas de gente en los centros comerciales, y de carros en las calles.
El viaje empezó a las 3 de la mañana del jueves, en Estocolmo, cuando llamé a un taxi para que me trasladara al aeropuerto. Allí me monté en un avión que salía hasta París. Al despegar el avión recordé a Cayce Pollard, y pensé en como mi alma abandonó mi cuerpo y empezó a seguirme a través de nubes, demasiado lenta para alcanzar al avión en que viajaba.
Mientras me rodeaban los ominosos lobos de interrumpidos ritmos circadianos, ví en mi ventanilla un cabello de mujer. Me extrañó que estuviera allí, entre el plástico blanco y el vidrio transparente que deja ver el exterior. Me extrañó, porque entiendo que el área interior del vidrio (son en realidad dos vidrios, uno que está cerca de uno y el otro que da al exterior) está al vacío. Me extrañó, pues, que un cabello se quedara en ese sitio, y resistí a la tentación de arrancarlo de allí: pensé que era posible que ese cabello no estaba allí por simple casualidad, y que podría ser la clave, el punto central, que mantenía la integridad estructural del avión. Acto seguido razoné que más aún, lo que sostenía la integridad estructural del universo mismo no podría ser otra cosa.
Al llegar a París, el piloto pronunció el discurso usual de el tiempo, la temperatura y la hora de la ciudad de llegada. Mientras descendíamos, me dí cuenta que ese discurso podría ser mucho mejor; podría haber dicho: Nos acercamos a París, cuyo cielo se halla nublado, y nosotros, más arriba, lo vemos como un hermoso mar de nubes. Gracias a él, el sol, saliendo por la izquierda, produce, si ven a su derecha, el hermoso efecto de la Gloria, que se refleja en la superficie del mar que sobrevolamos. Dentro de poco nos hundiremos en ese mar, seremos partes de las nubes hasta que perforemos por fin la superficie y veamos a la ciudad luz cubierta por una densa niebla, manta que la ocultará de nosotros, sólo perforada por las muchas torres de La Defénse y la Eiffel, con el fondo maravilloso de un dorado amanecer. Gracias por volar con nosotros.
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