Envidia
Siempre me ha molestado que la gente diga "me da envidia de la buena". Todo es culpa del mandamiento aquél de que no envidiarás a la mujer del vecino, que confundió todo. El punto es que no envidies la mujer, porque ni modo que la clones para tener una igual. Envidiarle otra cosa no puede estar tan mal, a menos que creas que tienes que quitársela para tener algo igual.
En todo caso, esperaba que hubiera otra palabra que transmitiera mejor el sentimiento de desear tener algo que otro tiene, sin mayores connotaciones morales.
Todo esto viene a que les envidio, a Pipe y a Cronopio. Los envidio porque los leo y no puedo sino recordar a Borges, a la parábola de los talentos, y al fragor de trenes que tejen laberintos de hierro, y todo eso que me han dado y que aún no he escrito el poema, ni poema ni cuento ni nada, apenas un título y la primera oración:
Se llamaba Jane.
Se llamaba Jane, y me miró sonriente a la contraluz del oblicuo sol del invierno sueco.
Y se queda así. Me queda pensar que alguien que escribió "cuando despertó, el dinosaurio seguía allí" y ya eso era un cuento y lo lee uno en clases de literatura y todo.
Es que que más puedo escribir, si esa era la sombra que tenía que arrancarme, Julio dixit, y no hay mucho más que contar de esa australiana que me encontré caminando un día y me miró, intercambió conmigo un poco de eso que Iván Loscher llama lenguaje operativo, que estudió conmigo un par de meses en el SFI, esos meses de invierno en que la luz de la ciudad es breve, débil y soñolienta. Oblicua, pues.
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